EL MUDO










Al salir el Sol de cada mañana
y desenfriar la fría noche,
su silueta se dibujaba clara y quieta,
igual cuando el sol cortaba en dos
el firmamento, su sombra era exacta a su alrededor
y lo mismo, cuando el sol cae y derrama una luz
dorada, como chorreando miel sobre las cosas.
La costumbre de verlo sentado, quieto, callado
le daba a la gente una aire de eso, costumbre,
verlo a diario en el mismo lugar
con la misma ropa roja y su mirar sereno
ajustaba el pasaje de los paisanos.

La lluvia y el frío no fueron nunca sus amigos
pero él tampoco los hizo enemigos,
más bien, eran una rara compañía.
El día que se supuso padecía de una enfermedad
que le impedía hablar o moverse, casualmente,
vino al pueblo una excursión de turistas, que como siempre
son curiosos y toman fotos de lo que se mueve
de lo que está quieto, se toman fotos a ellos y piden
que otros usen sus cámaras para que les saquen fotos.
Mas ese día, un hombre de barba larga y caminar lento
más bien como cansado, no se conformó con verlo allí
y poco a poco se acercó, hasta llegar a su lado.
Como hombre de edad, con respeto, se atrevió a preguntarle
por señas si podía hablar.

El hombre aquel asintió con la cabeza.
Y con esto muchos de la misma aldea se atrevieron
a hablarle en su idioma.
Una de las preguntas, entre muchas, fue ¿por qué yacía allí
en esa esquina desde tanto tiempo?

Cuentan quienes alcanzaron a escuchar la respuesta;
_dijo ¿Ante un mundo que se muere y renace a mi alrededor
por qué me he de mover?
_Ah, dijeron algunos entonces no es mudo.

El anciano aquel, que se atrevió a acercarse,
decidió vivir por siempre en aquel pequeño pueblo,
y pensó Si un mudo se parece a un sabio no lo sé,
pero su calma me llevará a las puertas que busque
en la ciencia y la religión.
11/marzo/2017

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